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Librodot En las Montañas Alucinantes H.P.Lovecraft
cordillera, y la indicación de que del otro lado se ocultaba una inmensa meseta tan antigua
como los picos mismos. Esa meseta, unida a las montañas por unos contrafuertes no muy
abruptos, se extendía a unos seis mil metros de altura; y unas grotescas formaciones rocosas
atravesaban la fina capa de hielo.
Todas estas informaciones eran exactas, y dejaron satisfechos a los hombres del campamento.
Atribuimos nuestra ausencia de dieciséis horas -muchas más que las requeridas por el
vuelo, el aterrizaje, el reconocimiento del terreno y la recolección de algunas piedras- a unas
supuestas condiciones atmosféricas desfavorables. Por suerte nuestro relato pareció lógico y
veraz, y nadie sintió la tentación de emular nuestro vuelo. Si alguien lo hubiese intentado, yo
habría recurrido a todos los medios para impedirlo... y no sé qué habría hecho Danforth.
Durante nuestra ausencia, Pabodie, Sherman, Ropes, McTighe y Williamson habían trabajado
duramente arreglando los dos mejores aviones de Lake, y a pesar del inextricable estado de
los mecanismos, los aparatos estaban listos para levantar vuelo.
Decidimos cargar los aeroplanos a la mañana siguiente y partir en seguida hacia la
vieja base. Éste era el mejor modo, aunque indirecto, de llegar al estrecho de McMurdo, pues
atravesar regiones ignoradas podía traer nuevos peligros. No podíamos seguir explorando a
causa de la trágica pérdida de vidas y la ruina de parte de la maquinaria. Las dudas y horrores
que nos envolvían -aunque no conocidos por todos- me inspiraban un único deseo: escapar de
este mundo austral de locura y desolación con toda la rapidez posible.
Como ya sabe el público, nuestro retorno al mundo civilizado se realizó sin
dificultades. Todos los aviones llegaron a la vieja base en la tarde del día siguiente -27 de
enero- luego de un vuelo sin escalas, y al otro día nos trasladamos al estrecho de McMurdo
deteniéndonos sólo una vez a causa de una avería en el timón ocasionada por el viento. Cinco
días más tarde el Arkham y el Miskatonic, con toda la tripulación y el equipo a bordo, salían
del cada vez más grueso campo de hielo y navegaban por el mar de Ross. Las montañas de la
Tierra de Victoria se alzaban al oeste contra un oscuro cielo antártico. De allí venía un viento
cuyo silbido musical me helaba la sangre.
Dos semanas más tarde dejábamos atrás las últimas tierras polares y agradecíamos
haber salido de aquel reino maldito donde la vida y la muerte, el espacio y el tiempo habían
pactado extrañamente en épocas en que la corteza terrestre aún no estaba del todo fría.
Desde nuestro retorno hemos tratado de desanimar a todos los que quieren explorar la
Antártida. Ninguno de nosotros ha revelado los horrores de los que fuimos testigos. Aun el
joven Danforth, a pesar de su terrible depresión nerviosa, no ha querido hacer ninguna
confidencia a los médicos. Como ya he dicho, hay algo que cree haber visto y que no quiere
decir a nadie, ni aun a mí, aunque me parece que si se atreviese a hacerlo se sentiría mejor.
Eso ayudaría quizá a explicar muchas cosas, aunque es posible que no se trate sino de
alguna emoción terrible. Pienso eso al menos cuando Danforth, en algunos raros instantes,
comienza a divagar y se interrumpe de pronto como recuperando el dominio de sí mismo.
Es difícil impedir que otros hombres traten de visitar el Sur, y algunos de nuestros
esfuerzos sólo sirven probablemente para aumentar los deseos de hacer averiguaciones.
Deberíamos haber recordado que la curiosidad humana es infinita y que los resultados que
anunciamos al mundo bastarían para lanzar a otros a la misma búsqueda de lo desconocido.
Los informes de Lake acerca de esos monstruos biológicos han excitado a los
naturalistas y paleontólogos, a pesar de que hemos tenido el sentido común de no mostrar los
trozos de los ejemplares enterrados, ni nuestras fotografías de los mismos. Nos hemos
guardado también de exhibir los huesos con cicatrices y las esteatitas verdes. Danforth y yo
hemos ocultado también cuidadosamente las fotografías y dibujos que obtuvimos en la
meseta, y esas cosas que estudiamos con terror y escondimos en los bolsillos.
Pero ahora se está organizando la expedición Starkweather-Moore, que dispone ya de
un equipo más completo que el nuestro. Si nadie logra disuadirlos, llegarán al centro de la
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Antártida para sacar de debajo del hielo algo que, creemos, terminaría con el mundo. De
modo que debo dejar de lado toda reticencia y hablar de aquel mundo innominable que se
oculta detrás de las montañas alucinantes.
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Vuelvo con gran repugnancia a evocar el campamento de Lake para hablar
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