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El albino dio muerte a uno de los guerreros de piel dorada, abriéndole la
garganta con la punta de la espada mágica, y notó que fluía a su cuerpo una nueva
fuerza. Mató a otro kelmain con un movimiento rápido que hirió al guerrero en el
hombro. Sin embargo, aquella lucha no iba a conducirle a ninguna parte si Moonglum
no acudía en su rescate a lomos del ave de plata y oro.
El ave pareció cambiar de rumbo y regresar hacia Kaneloon. ¿Acaso sólo
estaba esperando instrucciones de su dormida dueña? ¿O tal vez se negaba a
obedecer las órdenes de Moonglum?
Elric retrocedió sobre la nieve embarrada y ensangrentada de modo que tras
él quedó el montón de cadáveres. Continuó luchando, pero con muy escasas
esperanzas.
El ave pasó de nuevo a lo lejos, a su derecha.
Elric pensó, con cierta ironía, que se había confundido por completo al
interpretar el significado de la aparición del ave sobre las almenas del castillo y que
este error no había hecho sino acelerar su muerte..., y también, quizá, las de Myshella
y Moonglum.
Kaneloon estaba perdido, igual que Myshella, Lormyr y tal vez todos los
Reinos Jóvenes.
Y también él estaba perdido.
En ese preciso momento, una sombra pasó sobre los combatientes y los
kelmain lanzaron gritos de pánico y retrocedieron mientras rasgaba el aire un gran
estruendo.
Elric alzó la vista con alivio y escuchó el sonido de las alas metálicas del ave
batiendo el aire. Buscó a Moonglum en la silla de la fabulosa montura pero
descubrió en ella el rostro de Myshella, sobre cuyas facciones tensas se arremolinaba
su cabello por efecto de los torbellinos creados por las alas al batir.
¡Rápido, Elric, antes de que vuelvan a acercarse!
El albino enfundó la espada mágica y saltó a la silla, donde se acomodó detrás
de la hechicera de Kaneloon. De inmediato, remontaron el vuelo otra vez mientras
las flechas llovían en torno a sus cabezas y rebotaban en las plumas metálicas.
Una vuelta más en torno a las huestes de Kelmain y volvernos al castillo
anunció la mujer . Tu invocación y el nanorion han conseguido romper el hechizo
de Theleb K'aarna, aunque han tardado más tiempo del deseado en surtir efecto.
Mira, el príncipe Umbda ya está ordenando a sus guerreros que monten para el
asalto al castillo. Y Kaneloon sólo tiene a Moonglum como defensor.
¿A qué viene esa vuelta en torno al ejército de Umbda?
Ya lo verás. Al menos, espero que así sea.
42
Tras esto, Myshella empezó a entonar una canción. Era una melodía extraña,
inquietante, en una lengua parecida a la Lengua Alta de Melniboné, aunque lo
bastante distinta de ella como para que Elric sólo comprendiera algunas palabras
aisladas, pues poseía un extraño acento.
Sobrevolaron el campo y Elric vio a los kelmain formados en orden de batalla.
Sin duda, Umbda y Theleb K'aarna habían decidido ya el mejor plan de ataque.
A continuación, el ave puso rumbo al castillo y se posó en las almenas para
que Elric y Myshella pudieran desmontar. Moonglum acudió corriendo a su encuentro
con expresión tensa y los tres se volvieron para observar las huestes de Kelmain.
Y vieron que el ejército se había puesto en marcha.
¿Qué hacías dando vueltas...? empezó a preguntar Elric, pero Myshella
levantó la mano para interrumpirle.
Tal vez no he hecho nada. Es posible que la magia no funcione...
murmuró.
¿Pero qué...?
Esparcía el contenido de la bolsa que me trajiste. Lo he esparcido en torno
a todo el ejército. Observa...
Y si ese recurso mágico no surte efecto... murmuró Moonglum. Hizo una
pausa, forzando la vista en la penumbra, y añadió : ¿Qué es eso?
El tono de satisfacción de Myshella sonó casi repulsivo cuando anunció:
Es el Dogal de Carne.
Entre la nieve estaba brotando una materia rosada que se agitaba y
temblaba. Era enorme, una gran masa que se alzaba por todas partes en torno a los
kelmain y hacía que sus caballos se encabritaran y relincharan.
Y que provocó un alarido entre los guerreros.
Aquella masa carnosa continuó creciendo hasta ocultar a la vista todas las
huestes de Kelmain. Se escucharon ruidos apresurados de los guerreros que
dirigían sus máquinas de guerra contra la muralla de carne con la intención de
abrirse paso por la fuerza. Se oyeron gritos y órdenes. Pero ni un solo jinete rompió
el cerco del Dogal de Carne.
Luego, la sustancia empezó a doblarse sobre los kelmain y Elric escuchó un
sonido como no había oído jamás.
Era una voz.
La voz de cien mil hombres enfrentados con el mismo terror, de cien mil
hombres sucumbiendo a una muerte idéntica.
Era un gemido de desesperación, de impotencia, de miedo.
Pero un gemido tan potente que estremeció los muros del castillo de
Kaneloon.
Ésta no es muerte para un guerrero murmuró Moonglum, volviéndose de
espaldas.
Pero era la única arma de que disponíamos respondió Myshella . La he
conservado muchos años pero hasta hoy no había sentido necesidad de usarla.
De todos modos, sólo Theleb K'aarna merecía la muerte declaró Elric.
Cayó la noche y el Dogal de Carne siguió cerrándose sobre las huestes de
Kelmain, aplastándolo todo salvo a unos contados caballos que habían logrado
escapar cuando la siembra mágica había empezado a brotar.
43
Aplastó al príncipe Umbda, que hablaba un idioma desconocido en los
Reinos Jóvenes, que no hablaba ninguna lengua conocida por los antiguos y que
había venido de más allá del Confín del Mundo con afanes de conquista.
Aplastó a Theleb K'aarna, que había pretendido conquistar el mundo con la
ayuda del Caos, y sólo por el amor de una reina caprichosa y perversa.
Aplastó a todos los guerreros de aquella raza casi humana, los kelmain. Y
aplastó todo cuanto pudiera haber dado a los observadores el menor indicio de qué
eran los kelmain o de dónde habían surgido.
Y, cuando lo hubo aplastado todo, lo absorbió.
Después, empezó a perder consistencia y a disolverse hasta convertirse de
nuevo en polvo.
No quedó el menor rastro de carne o huesos, tanto humanos como de
animales. Pero sobre la nieve quedaron esparcidas ropas, armas, corazas, máquinas
bélicas, monedas, sillas de montar y demás pertrechos, hasta donde alcanzaba la
vista.
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