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Tribunal Supremo para abajo, y la cosa me ha salido bien. Y siempre me ha
salido bien porque nunca olvido que el día del ajuste de cuentas tiene que
llegar; y porque nunca dejo de recordar que cuando llegue el día de ajustar
las cuentas he de estar preparado para entrar en la Jefatura de Policía
empujando delante de mí a una víctima y diciendo: «Estúpidos, aquí tenéis
al culpable.» Mientras pueda hacer eso, me será posible burlarme de todas
las leyes del código. Pero el día en que no lo logre, todo habrá acabado para
mí. Hasta ahora, las cosas siempre me han salido bien. Y esta vez le aseguro
que no va a ser la primera que me salga mal. De fijo que no.
Los ojos de Gutman parpadearon, y aunque su mirada de astucia
pareció empañarse sutilmente, logró que la complaciente sonrisa que el
resto de sus facciones rosáceas y abultadas dibujaban sin desmayar no se
borrara. Cuando habló, su voz no expresó inquietud alguna.
Es mucho lo que hace recomendable ese sistema, ¡vaya que sí, señor
mío! Y si en esta ocasión resultara factible, yo sería el primero en decirle que
se atuviera usted a él. Pero ocurre que no es aplicable a este caso. Eso les
ocurre a los mejores sistemas. Llega un momento en que es preciso hacer
una excepción, y el hombre prudente la hace. Y eso es lo que acontece en el
caso que nos ocupa, y no vacilo en decirle que se le va a pagar bien por
hacer la excepción. Es cierto que quizá las cosas fueran más fáciles para
usted si tuviera a mano una cabeza de turco para entregársela a la policía,
pero dijo con una risa y extendiendo ambas manos abiertas ante sí no es
usted hombre que se amilane al topar con unas cuantas dificultades. Sabe
usted cómo hacer las cosas, y al final se las arregla para caer de pie, pase lo
que pase.
Frunció los labios y guiñó un ojo a medias.
Se las arreglará usted, señor mío.
No quedaba ya calor en la mirada de Spade. Su rostro estaba apagado
y sin vida.
Sé de lo que hablo contestó en voz baja, en un tono de paciencia
manifiesta . Vivo en esta ciudad y me dedico a esta profesión. Podría caer
de pie, sin duda, esta vez; pero la próxima ocasión que tratara de
extralimitarme en lo más mínimo, me pararían tan pronto los pies que caería
de bruces. No me interesa. Ustedes, buenos pájaros de cuenta, estarán en
Nueva York, o en Constantinopla, o qué sé yo en dónde. Pero yo trabajo
precisamente aquí.
Pero dijo Gutman podría usted...
No podría dijo Spade, sinceramente . Ni quiero. Lo digo de veras.
Se quedó sentado muy derecho. Mas una jubilosa sonrisa iluminó su
cara borrando la aparente estupidez anterior.
Escuche, Gutman. Le estoy diciendo lo que más nos conviene a todos.
Si no entregamos a la policía a un culpable, lo más probable es que, antes o
después, llegue a sus oídos lo del halcón. Y entonces, se encuentre donde se
encuentre, tendrá usted que esconderse con el pájaro, lo cual no favorecerá
ni poco ni mucho ni nada sus planes de enriquecerse con él. Pero entregue
usted un culpable a la policía y no volverán a acordarse del asunto.
Pero, señor mío dijo Gutman, y tan sólo en los ojos se apreciaba un
matiz de inquietud , de eso se trata precisamente. ¿Se olvidarían del
asunto? ¿O ese supuesto culpable del que usted habla no sería más bien una
nueva pista que, muy probablemente, les facilitaría información acerca del
pájaro? Y, por otro lado, ¿no resulta lógico pensar que, puesto que nada
saben ahora de él, es mejor dejar las cosas tal y como están?
Una venilla bífida comenzó a hincharse en la frente de Spade.
¡Ay, qué porra! ¡Tampoco usted se da cuenta del asunto! dijo,
tratando de contenerse . La policía no está dormida, Gutman. Están
agazapados a la espera. Trate de comprenderlo. Yo estoy metido en este
asunto hasta las cejas y lo saben perfectamente. Lo cual no importa si a la
hora de la verdad puedo hacer algo, pero sí que importará si no lo hago.
El tono de su voz volvió a ser persuasivo:
Escuche, Gutman. No tenemos más remedio que entregarles a una
víctima. ¿Por qué no a ese chiquilicuatro? dijo apaciblemente, indicando al
muchacho que seguía junto a la puerta . Porque, después de todo, él fue
quien mató a los dos, a Thursby y a Jacobi, ¿no? Y en cualquier caso, parece
hecho a la medida para el caso. Preparamos pruebas suficientes contra él y
se lo entregamos a la policía. ¿Qué tal?
El muchacho, sin apartarse de la puerta, apretó las comisuras de los
labios en lo que acaso pudiera ser un ligerísimo esbozo de sonrisa. La
propuesta de Spade no pareció afectarle de otra manera. Pero el rostro
moreno de Cairo estaba boquiabierto, desorbitado, amarillento y asombrado.
Al respirar por la boca, su pecho redondeado y femenil subía y bajaba, y los
ojos, asombrados, no parecían poder apartarse de Spade. Brigid se había
apartado un trecho de Spade, y vuelta hacia él en el otro extremo del sofá,
también le miraba con los ojos muy abiertos. En lo hondo de la atónita
confusión que se leía en su cara se adivinaba que un brote de risa histérica
pugnaba por estallar.
Gutman permaneció inmóvil e inexpresivo durante un largo momento. Y
al cabo decidió echarse a reír. Y lo hizo con buenas ganas y durante
bastante tiempo, no parando hasta que los ojos astutos lograron que la risa
les hiciera un préstamo de alegría.
Cuando dejó de reír, dijo:
¡Le aseguro, señor mío, que es usted un hombre poco corriente!
Sacó un pañuelo blanco y se enjugó los ojos.
Se lo aseguro, pues nunca es posible predecir qué va usted a hacer o
decir, aunque a buen seguro será algo asombroso.
La cosa no tiene ninguna gracia dijo Spade, que no pareció
ofenderse, y mucho menos impresionarse, por la risa del hombre gordo.
Hablaba en el tono de quien discute con un amigo recalcitrante, pero no
completamente irrazonable . Es lo mejor que podemos hacer. Una vez que
la policía le tenga en sus manos, entonces...
Pero, hombre, por Dios objetó Gutman , ¿es que no se da cuenta?
Aunque sólo se me pasara por la imaginación durante un instante... Pero
también eso es ridículo. Wilmer es para mí como un hijo. De veras. Pero
aunque pensara por un momento hacer lo que usted propone, ¿se puede
saber qué le impediría a Wilmer contarle a la policía hasta los más nimios
detalles acerca del halcón, y acerca de nosotros?
Spade sonrió con los labios rígidos.
Bueno, si fuera necesaria, podríamos arreglar las casas para que
muriera al resistirse al ser detenido. Pero no hará falta ir tan lejos. Déjele
que hable hasta que se le caiga la lengua. Le prometo que nadie le hará
caso. Eso es fácil de arreglar.
La carne rosada de la frente de Gutman se desplazó lentamente hasta
dibujar un ceño fruncido. Bajó la cabeza, y todos sus papos se apretujaron
sobre el cuello de la camisa y preguntó:
¿Cómo?
Luego, con una brusquedad que puso en grandísima apretura y
temblorosa conmoción a todos sus bulbos de grasa, que entraron en colisión
los unos contra los otros, levantó la cabeza, se volvió con apuros hacia el
muchacho y soltó una ruidosa carcajada:
¿Qué opinas tú de todo esto, Wilmer? Gracioso, ¿eh?
Los ojos del muchacho eran puros destellos color avellana bajo el
amparo de las pestañas.
Y dijo, en voz clara pero baja:
Sí, es gracioso el hijo de perra.
Spade estaba hablando con Brigid.
¿Cómo te encuentras ahora, ángel mío? ¿Mejor?
Sí, mucho mejor. Lo único es que... y bajó la voz tanto que nadie la
pudiera escuchar a más de cinco cuartas de distancia , lo único es que
tengo miedo.
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